Utopía universitaria

La cultura ya no es algo que se cultiva y a lo que se aspira, es un producto más que se produce y se consume en masa.

Querido joven universitario, eres parte de una farsa. No es ningún secreto que la mayoría de los grados universitarios podrían ser reducidos y condensados incluso a la mitad de lo que son hoy día. Seguramente no te fue difícil descubrirlo el primer año de universidad, cuando comprendiste que no solamente el nivel que se exigía era menor que el de bachiller para poder llegar al mísero aprobado, sino que además la mayoría de las asignaturas obligatorias iban a ser olvidadas inmediatamente después del examen.

La desilusión va creciendo conforme vas superando con desgana la formación que está meramente para abultar, sin poder ponerle nombre a aquellas horas vacías. Si eres de los desafortunados, probablemente tienes una carrera con cinco o seis asignaturas que tienen sentido, te exigen, motivan e ilusionan, pero el resto son paja de relleno que parece no servir para mucho más que tenerte entretenido por, como mínimo, cuatro años. Su principal cometido es actuar como pienso de engorde, para rellenar e hinchar el pavo, y conforme se van sucediendo este tipo de asignaturas, cuyos conocimientos raramente verás aplicados en ningún aspecto de la vida, vas averiguando que dicho pavo es parte de la celebración de acción de gracias que cada curso festejan, realzando las cifras publicadas, las tasas de población que se gradúa en los distintos niveles educativos para el curso, hablando de excelencia educativa y años de experiencia.

Al querido joven estudiante de hoy día se le engaña, se le estafa deliberadamente, principalmente porque las plazas que se ofertan exceden con mucho la demanda laboral.

La infantilización de la sociedad en las últimas décadas ha ido creando una idealización alrededor de lo que llamaría “vocación universitaria” y de la infundada necesidad de conseguir, para cumplir sueños profesionales, un título universitario, dejando a un lado e incluso menospreciando las demás opciones, vistas como un nivel social inferior. Nada más lejos de la realidad.

Durante lo que generalmente son cuatro años universitarios, la ciencia avanza en todos los campos, dejando el grado cursado en un nivel obsoleto, que obliga, en la mayoría de los casos, al recién graduado a tener que ponerse al día de los avances para el mundo laboral que enfrenta, en cambio la formación profesional suele basarse más en prácticas reales en empresas, con medios más actuales y con mayor ocupación laboral.

Cada vez la universidad exige menos a sus estudiantes. Al final la vida universitaria queda reducida a una especie de experiencia social muy “instagrameable”, es decir, publicable en redes sociales cara a la galería. La cultura ya no es algo que se cultiva y a lo que se aspira, es un producto más que se produce y se consume en masa. La vida universitaria también se ve devorada por la espectacularidad, donde los actos son un combate por estatus social, inspirado por la omnipresencia de las redes sociales. Prima la apariencia, no el contenido.

Por desgracia no es un mito el caso del joven que al terminar la carrera se encuentra desamparado, estudiando tal vez durante años una oposición cuya convocatoria no sale al ruedo, mientras trabaja en un supermercado o en una cadena de comida rápida, con una vocecilla a sus espaldas que le condena a sugerirse si no habría sido mejor opción estudiar un grado de formación profesional o, por qué no, haberse ido a vendimiar al campo.

Antes del plan Bolonia, cuando existían diplomaturas cortas y largas, cabía pensar que elegir una corta disminuía el riesgo, la inversión de tiempo y dinero a cambio de la obtención del puesto de trabajo, es decir, con carreras más profesionales. Ahora esto ha quedado relegado a la formación profesional, que no solo se mira de soslayo, sino que se ve ahogada por la popularidad de la “excelencia universitaria”, una historia artificial que basa sus argumentos en la vocación, la pasión y ventajas de estudiar una carrera. Un discurso muy manoseado y falto de realismo, mercado laboral, esfuerzo y sobre todo de practicidad.

Publicado en La Verdad de Murcia (13/1/2022)

Isabel Vigueras

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