
La británica es una democracia de mesa camilla. El Primer Ministro vive en un sencillo adosado en el 10 de Dowing Street, la Cámara de los Comunes es un claustrofóbico parlamento en el que seiscientos cincuenta electos se apretujan en horribles bancos corridos tapizados con pegajoso skay verde y con una mesa en el centro llena de libros viejos que recuerdan a una antigua enciclopedia del Círculo de Lectores, y es tal el civismo que al segundo partido con mayor representación lo llaman oficialmente La Muy Leal Oposición a Su Majestad. Las lealtades y deslealtades políticas británicas quedan perfectamente formuladas en la frase que cómodamente podemos atribuir a Churchill (quien, si no la dijo, a buen seguro la pensó, o la pudo pensar), de que “en la política británica, el rival está en la bancada de enfrente; el enemigo, en la bancada propia”.
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