Nunca es suficiente

Militar en cualquier ideología es complicado y, sobre todo, incómodo porque conlleva implicarse en una causa y dedicar mucho tiempo a desprestigiar a la contraria.

Militar en la izquierda lo es más aún porque no es ese galopar contradicciones del que hablaba Pablo Iglesias cuando planeaba pisar moqueta. Es un tortuoso camino carente de certezas, una ciénaga en la que hay que hacer auténticas proezas para no hundirse en el fango del sinsentido para poder salvar los muebles.

Me imagino que debe de ser complicado sostener la existencia de la brecha salarial sin negar que, si así fuese, todos los empresarios contratarían mujeres para ahorrar sueldos y, como consecuencia, las mujeres estarían en ventaja en el mercado laboral porque todo el desempleo sería masculino. O defender cuotas para altos cargos políticos o en consejos de administración, pero no en los solícitos oficios de albañil o basurero. O ignorar la privación de derechos que sufren mujeres y homosexuales en países musulmanes en nombre del relativismo cultural. O posicionarse como ecologista y tragar con el hecho de que los mayores desastres medioambientales contemporáneos (la desecación del mar de Aral, las presas de Asuán y de las Tres Gargantas o la explosión del cuarto reactor de la central nuclear de Chernóbil) han sido perpetrados por regímenes socialistas. O pasar de puntillas por el hecho de que durante la Guerra Fría no existió una sola jefe de Estado o de Gobierno en el bloque soviético mientras que en el capitalista reinaban Isabel II en varios países de la Commonwealth, Margarita II en Dinamarca o Carlota I en Luxemburgo, o gobernaban Golda Meir en Israel o Margaret Thatcher en el Reino Unido. O criticar a la industria de la moda por promover estereotipos femeninos heteropatriarcales cuando esta industria siempre ha estado controlada por mujeres y por hombres homosexuales, y no por varones heterosexuales.

Tenemos, por ejemplo, la simpática anécdota de la concejala alicantina de Podemos Vanesa Romero, que en un pleno denunció que el gélido aire acondicionado del ayuntamiento era machista al ser distinta la temperatura de confort de hombres y mujeres. Si, como sostiene la izquierda, el género es un constructo social y cultural y depende de la autopercepción, ¿por qué la concejala sencillamente no se autopercibió como hombre durante los plenos para no pasar frío? Y si la autopercepción es lo válido y hay que apoyarla aunque eso implique negar la evidencia empírica, ¿por qué no apoyamos a las anoréxicas, que se perciben como obesas aunque el espejo devuelva la imagen de un cuerpo esquelético?

Sí, ser de izquierdas es complicado porque, además, nunca es suficiente. El pasado mes de julio el dueño de un restaurante de Rhode Island tuvo la feliz idea de promocionar su negocio (especializado en carnes a la parrilla) con un “meme” consistente en una foto de Ana Frank y la frase “aquí hace más calor que en un horno… y yo debería saberlo”. El mal gusto es evidente, más allá del espinoso asunto del humor negro como propiedad privativa y exclusiva de la izquierda (chistes sobre Carrero Blanco, por ejemplo) y sinónimo de odio si lo hace la derecha. La cosa es que las críticas llovieron a cántaros al dueño del restaurante, quien obviamente no tardó en publicar sus disculpas. ¿Qué es lo ilustrativo de esta historia? Que la izquierda, para quien como hemos dicho nada es suficiente, criticó a quienes criticaron al empresario por ser portavoces del llamado white privilege: según la izquierda, los críticos defendían a Ana Frank por ser una chica blanca cisgénero heterosexual y de clase social alta. El supremacismo blanco haciendo de nuevo de las suyas. Tenemos así a una masa ideológicamente tan desquiciada que reprueba a los que afearon un chiste de pésimo gusto en una pirueta motivada por la corrección política más demencial. O, más que pirueta, contorsión.

Ser hoy de izquierdas es vivir en una contorsión permanente. Nunca se está lo suficientemente comprometido, hay que cuidar que los tuyos no te acusen de desviacionista, hay que justificar lo injustificable, y eso tiene que ser agotador.

Publicado en La Verdad de Murcia (29/12/2022)

Alberto Hernández

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