Camino de servidumbre

En su conocido análisis de la sociedad totalitaria, señala Orwell que si tenemos la libertad de afirmar que dos y dos son cuatro, podríamos salvarnos.

Hay mucha miga en esa afirmación aparentemente trivial. Porque podría ocurrir que alguien pensara que dos y dos no son cuatro. Sería un error pero, sobre la base del respeto a quien se equivoca y la idea de que hay una solución verdadera, cabría el sosegado y democrático diálogo.

Hay quienes ven signos crecientes y preocupantes de totalitarismo entre nosotros hoy. Se apoyan en la idea de que el número de asuntos sobre los que la presión pública impide hablar es creciente. Y si no se puede debatir, vamos mal vamos.

Veamos algunos ejemplos.

Acabamos de cambiar la hora. Bien. ¿Algún problema en que alguien argumente que es una tontería o, incluso, algo negativo? ¿Algún problema en que alguien sostenga todo lo contrario? Ninguno. Se puede hablar, vamos bien.

Hablemos de inmigración. A ver si la sociedad, los medios de comunicación, los formadores de opinión, reaccionan con igual talante sosegado.

¿Qué problema hay en señalar la distinción entre emigración legal e ilegal? ¿Y si se insinúa o se afirma, con datos, algo sobre la correlación entre inmigración y cierto tipo de delincuencia? Si la respuesta es visceral (tipo: racista, facha, extremaderechista), si lo que se busca es silenciar ciertas ideas y a quienes las proponen, al margen de la inmigración, entonces tenemos un problema.

En el caso del debate sobre el adelanto de la hora, cabe esperar un buen artículo en prensa o un espacio en televisión donde se sopesen en plano de igualdad las ventajas e inconvenientes del asunto. En el caso de la inmigración, no parece que sea lo mismo. Recientemente el inspector jefe de la policía de Valencia relacionó delincuencia e inmigración (su intervención está disponible en las redes, pero parece que no en televisión y prensa); la respuesta no fueron datos sino hechos: fue cesado fulminantemente.

Los españoles no ignoramos lo que es emigrar, luchar en la vida para encontrar mejores condiciones para sacar adelante a la familia. Nadie duda de que entre los emigrantes hay gente así: trabajadores, agradecidos por las oportunidades que su país de acogida les brinda, respetuosos con la gente y las costumbres. Nadie duda de eso, claro.

Lo que es problemático, y mucho, es que sólo quepa este discurso en las vías “oficiales”, políticamente correctas. Lo que acerca a nuestra sociedad a la que Orwell describe es que parte (y parte importante) de lo que ocurre sea agresivamente silenciado (pregunten al ex jefe de la policía).

Se produce una separación cada vez más preocupante entre la opinión pública (que vive la realidad y que se informa más por los cauces que aún escapan al creciente control de la información, típicamente totalitario, que por los medios sumisos) y la opinión publicada, domesticada, edulcorada que no se pone en pie contra el expolio de la luz sino que nos dice cómo calentarnos.

El “sosegado” debate en torno a los derechos de las mujeres es otro ejemplo de lo que digo. Porque hay quien piensa que creer siempre a la mujer denunciante rompe el principio de presunción de inocencia. Ningún país democrático puede convivir con esa aberración que, en vez de castigar delitos probados condena a colectivos enteros. Según algunos, como digo, eso equivale a condenar a los negros, judíos, mujeres, reaccionarios, fachas, rojos… en definitiva, no por delitos libremente cometidos sino por ser algo, muchas veces por haber nacido con ciertas cualidades (negro, blanco, mujer, judío…).

Eso sí, esto no es nuevo. Los judíos (culpables por haber nacido judíos y no por delinquir) anduvieron hacia los campos de concentración. Ese es el camino de servidumbre (así lo llamaba Hayek) por el que vamos entrando.

El peligro es grande. A tiempo estamos de reaccionar: hablemos, discrepemos, busquemos la verdad y construyamos la sociedad sobre esas bases y no sobre el odio y la crispación.

Discrepancia razonada sobre ideas, respeto a la verdad y las personas. La alternativa es la sumisión a las consignas de quienes más gritan, los violentos de siempre que nos quieren sometidos.

Publicado en La Verdad de Murcia (4/11/22)

Isabel Llaneras

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