Las manos

Hablemos de manipulación. Literalmente, operar, obrar, hacer cosas con las manos. En general, para ello hace falta una básica coordinación entre movimiento, fuerza y sensibilidad. Los que saben de estas cosas dicen que nuestro sistema nervioso está especialmente preparado para lo manual. Si alguien ha visto una imagen del homúnculo de Penfield sabe de lo que hablo. Tanto desde el punto de vista sensorial como, sobre todo, desde el punto de vista motor, el tejido nervioso dedicado exclusivamente a las manos es significativamente mayor que el dedicado a otras partes del cuerpo.

Por eso nuestras manos son, en cierto sentido, mágicas. Los que saben dicen que la palabra “magia” procede de la raíz indoeuropea que tiene el significado de “ser capaz”. Nuestras manos arrancan pétalos de una flor, escriben listas de la compra, lanzan piedras y acarician. Pero también plantan, cavan, tocan la guitarra, dibujan, cocinan, doman, esculpen, cosen, peinan, tallan, cortan, trituran y dan forma al cántaro en el alfar. Los paleoantropólogos dicen que nuestras manos se liberaron cuando bajamos de los árboles y dimos rienda suelta a todo su potencial. Están tan asociados a la manualidad la acción y el trabajo de los hombres que a Dios mismo lo imaginamos creando el mundo con sus propias manos y descansando al séptimo día, mano sobre mano. En realidad, no podríamos entender una historia del hombre sin una historia de sus manos.

¿Pero dónde está hoy la educación de la manualidad? No se trata de que los chicos vuelvan a la edad de piedra y se dediquen a tallar puntas de flecha. Se trata de no olvidar el cultivo, el adiestramiento y la educación de nuestras manos. No ha sido raro que en la escuela, aparte del dominio del arte de escribir, que ya está empezando a ser anacrónico, siempre se haya reservado un tiempo dedicado al desarrollo de otras destrezas: desde bordar hasta dibujar, pintar y fabricar pequeños objetos. Sin embargo, las cohortes de población que salen de la escuela hoy ya ni siquiera escriben y, a lo sumo, a veces sólo saben aporrear torpemente el teclado de un ordenador. La digitalización de hoy podría ser una magnífica oportunidad para continuar con esa necesaria y esencial parte de la educación de la manualidad, tan humana y humanizadora. Sin embargo parece que la escuela digital no es capaz en muchos casos más que de producir a personas que mueven desmañadamente sus falanges sobre un teclado. ¿Cómo van a acariciar a una mujer unos dedos cuya única escuela ha sido el mando de la play? ¿Cómo van a mesar su pelo? ¿Cómo la van a desnudar? ¿Cómo le van a agarrar por su talle o su cintura?  El cultivo de la manualidad exige paciencia, perseverancia y tiempo. Y en estos tiempos de prisas tecnológicas casi que solo pueden dedicarse a ella, aparte de artesanos, músicos y artistas, los que o bien la han convertido en su profesión (fontaneros, carpinteros, electricistas, en vías de extinción todos ellos) o bien se dedican a la terapia ocupacional.

Esta carencia podría dar lugar a una alienación aún peor. Marx decía que el hombre era en esencia su trabajo y que su deshumanización consistía, básicamente, en el robo de su autorrealización, al desviar sus energías y sus productos para la realización de otros, no de sí mismo. Pero ahora ya no se trata de robarle al artesano su tiempo, su energía o sus obras. Ahora se trata simplemente de que no haya ningún artesano, solo seres digitalmente escleróticos.

Entonces, ¿qué hacemos con nuestras manos? ¿Las usamos solo para sacar el móvil del bolsillo y deslizar nuestros dedos por la pantalla? ¿Se lo dictamos todo a Alexa? Pero es que estas mismas acciones van a ser cada vez más innecesarias, dado el rápido desarrollo de las interfaces neuronales, que harán del todo inútiles nuestras manos y nuestros dedos. Es paradójico que en una sociedad tan materialista nuestra materia, nuestro cuerpo, cada vez tenga menos sentido. Nietzsche pedía que volviéramos a la tierra. Pero el hombre del futuro que lleva varias vidas virtuales en el metaverso, ¿para qué quiere la tierra? Al final, como las ramblas secas y vacías, tarde o temprano, nuestro cuerpo reclamará sus escrituras.

Publicado en La Verdad de Murcia (21/10/2022)

Marco A. Oma

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