Como lágrimas en la lluvia

Se han cumplido 40 años del estreno de Blade Runner, película que reflejaba, en los inicios de la informática, el miedo a que las máquinas llegaran a cobrar consciencia, y dotadas de unas capacidades superiores, pudieran suponer un peligro para la humanidad. Una vez llegados a la época en la que trascurre la película, me pregunto qué me habría resultado más extraño si, en aquel lejano 1982 en que siendo un adolescente la vi por primera vez, hubiera podido viajar en el tiempo hasta el momento actual.

Aparte de que la inteligencia artificial está aún lejos de emular las capacidades humanas, estoy seguro de que no habrían sido los adelantos técnicos los que me habrían causado mayor asombro, sino los cambios sociológicos que, aunque se fueron gestando mucho antes, no habríamos podido imaginar en aquella época. Ni siquiera diez años después, cuando España celebraba con orgullo el quinto aniversario del descubrimiento de América y, ante el final de la Guerra Fría, Fukuyama proclamaba El fin de la historia.

Los ideólogos de izquierda, que tras el fracaso del comunismo vieron su oportunidad en inculcar a diversos colectivos el odio victimista por una discriminación que no habían vivido, y les convencieron de la necesidad de luchar por unos derechos que ya estaban plenamente reconocidos, fueron ensanchando progresivamente la ventana de Overton (es decir, de lo que resulta admisible para la mayoría de la sociedad), hasta lograr el triunfo de la ideología woke, que ha supuesto que numerosos grupos se hayan lanzado frenéticamente a acusar de antiguas injusticias al heteropatriarcado (e indirectamente, a la familia tradicional y a la cultura occidental), precisamente en el único momento histórico y en la única civilización que ha consagrado legalmente el reconocimiento de sus libertades. Así, han convencido a los jóvenes de que los derechos pertenecen a los colectivos y no a los individuos, que todo lo que les ofenda es violencia, y que la humanidad es un cáncer para el planeta. Y mientras se les reducen los niveles de exigencia académica, se les condena a ser la primera generación que vivirá peor que sus padres, sumidos en la incertidumbre y el desánimo.

En aquellos años de mi juventud, creíamos que las democracias occidentales ya habían alcanzado un estado idóneo para la convivencia en libertad, basado en la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, y que permanecerían así indefinidamente. Pero entonces desconocíamos que el péndulo social viajaba a toda velocidad hacia el extremo contrario, y que pronto la ventana de lo razonable estallaría en pedazos, a base de ensancharla hasta límites absurdos. Quién nos iba a decir entonces que la democracia liberal, que tanto costó alumbrar, acabaría despeñándose por una pendiente de estupidez, hipocresía y censura dictatorial disfrazada de buenas intenciones.

Si pudiera volver a aquellos años y contar lo que estaba por venir, diría, como el replicante de la película: Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. He visto a miles de chicas europeas gritando “¡nos están matando!”, y a un presidente condenando los cánticos gamberros de unos estudiantes; he visto eliminar la presunción de inocencia y la igualdad de los ciudadanos ante la ley, y autorizar a menores de edad a cambiar de sexo; he leído formularios en los que se preguntaba por los progenitores A y B de los niñes; he escuchado llamar violadores a los gallos y he asistido a la cancelación de obras clásicas por considerar a sus autores machistas; he presenciado estatuas de Colón derribadas, y la condena, por apropiación racial, de actores blancos caracterizados de negros; he visto habilitar salas en las universidades para que se refugien los estudiantes ofendidos por las ideas ajenas, y castigar con cárcel y multas al que discrepa del pensamiento dominante; he conocido leyes educativas que permiten promocionar con todas las asignaturas suspensas; he presenciado a una adolescente enfurecida dando discursos en la ONU, y a dirigentes políticos pedir a los ciudadanos que no pongan la calefacción y que coman insectos para salvar el planeta…

Y el recuerdo de una sociedad sensata, alejada de los extremismos y orgullosa de sus logros ¿se perderá para siempre, como lágrimas en la lluvia?

Publicado en La Verdad de Murcia (2/12/2022)

Alfonso González

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