Consejo de ancianos

Alguno de los jóvenes no conocerá a Violeta Parra. Qué se le va a hacer.

Otros recordamos su canto de gratitud. A la vida. Que nos ha dado tanto.

La canción, voz sobria y guitarra, va desgranando mansamente motivos cotidianos para el agradecimiento (la vista, el sonido, las palabras “que pienso y declaro madre, amigo, hermano”, la luz y el cielo estrellado…). El 8 de octubre de 2021 cumplo 60 años. Estos días me ha acompañado el runrún de Violeta.

Yo también fui joven. Pero la vida me invita a ingresar en el milenario Consejo de ancianos donde reina la sensatez, sabiduría y sosiego. Incorporarse a una institución tan ilustre supone pronunciar un discurso de ingreso. Valgan estas líneas a tal efecto.

Cuando la gente era dueña de sus tiempos, había tiempo para todo. Y había un tiempo para la sabiduría, que era la edad en la que voy entrando. Los ancianos (no confundir con los viejos) han tenido ocasión de aprender. De aciertos y tropiezos, propios y en cabeza ajena. En las culturas sabias los ancianos son la parte de la sociedad donde las nuevas generaciones pueden encontrar la sabiduría.

Hay quien insiste en permanecer en la juventud. Que está bien pero que, al decir de Aristóteles, es la época de la vida en que se vive más según la pasión y el sentimiento (esos ámbitos que nos acercan a los animales) y menos según la razón (ese ámbito que nos orienta a nuestra propia grandeza).

Hay quienes se molestan con la realidad de la edad y pretenden negarla calzándose un chándal de vestir y tiñéndose la canas. Pienso que si no estamos donde corresponde (madurez), tampoco estamos donde no corresponde (juventud) y, por tanto, estamos desubicados, fuera de nuestra realidad. Y eso no es bueno para nadie.

Cumplir años, ingresar en este Consejo, es también un motivo para celebrar. Sabemos que las fiestas son más entrañables cuando nos sentimos acompañados, acogidos, valorados. La proximidad física no siempre es posible. Estará Isabel, mi mujer. De los cuatro hijos que nos ha dado la vida, dos no estarán. Javier anda por Lituania, de Erasmus; Marta por América, conquistando lo mejor de sí misma; Jaime y Alberto sí me verán soplar las velas.

En el camino de la vida, quien es un forofo del fútbol encuentra compañeros de viaje futboleros; y así con todo. Yo he encontrado gente estupenda. Especialmente gratos son aquellos con los que he emprendido batallas que sabíamos perdidas. Y se perdieron casi todas; pero ganamos la certeza de no haber peleado junto a mercenarios sino junto a gente magnánima que se empeñó por vivir según lo mejor y más noble del ser humano. Y me alegra mucho decir que ellos saben quiénes son. También yo.

Quienes no conocen a Violeta ignoran también su suicidio. Poco después de esta canción, además. Porque invita a la gratitud pero no es alegre. Porque señala fragmentos pero no ve el todo, no ve el sentido.

Cuando estamos ante aspectos o fragmentos, podemos superponerlos o elegirlos. Y también revocar la elección. Hay también un plano de la vida en el que no hay nada que elegir, cuando nos enfrentamos a lo absoluto sólo nos cabe acoger, aceptar ser tocados por la gracia: ahí todo nos es dado, todo es regalo, todo es gracia. Esa suele ser la relación con los hijos. Los hijos no se escogen: son acogidos, aceptados sin matices, como un regalo total. Luego descubrimos aspectos, algunos desagradables. Da igual: han sido acogidos.

Las disputas por la custodia de los hijos muestran que los hijos han sido acogidos mientras que la pareja fue escogida. Lo que se escoge en un momento podría ser rechazado cuando cambien las circunstancias.

¿Y si fuésemos capaces de acoger a nuestro cónyuge con la misma gratitud y radicalidad con que acogemos los hijos? Habría que superar los miedos autodefensivos. Y educar la mirada para ver el mundo y la familia bajo otra luz. Es difícil, que no hay altura sin cuesta. Hay que escoger; claro. Pero desde la luz que acoge lo elegido como un don y una tarea.

Quizá sean cosas de ancianos.

Publicado en La Verdad de Murcia (8/10/2021)

Manuel Ballester

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