La ideología de género, unida a la idea de que el sexo es una construcción cultural, constituye una de las realidades propias de la postmodernidad, de la globalización y de las sociedades desarrolladas del bienestar. El término “gender”, como categoría antropológica referente a la sexualidad humana, ha hecho posible que la esencia biológica del ser humano se haya emancipado del inamovible “yo soy lo que biológicamente soy” y haya dado paso al “yo soy lo que psicológicamente siento o socialmente quiero ser”, es decir, haya transformado la identidad física del individuo, en una identidad de autoconcepción y autopercepción.
Hoy día ser varón o ser mujer, conceptos simples y preclaros desde el punto de vista meramente anatómico parecen ser reductos del pasado, ideaciones vagas e imprecisas que no representan a algunos de nuestros conciudadanos, ocupados probablemente más en averiguar qué son, que en quiénes son. Esa prevalencia del qué soy, frente al quién soy, está provocando una fragmentación social y lingüística en lo que respecta a las identidades de género de tal envergadura que hoy día algunos privilegiados bienpensantes, entre los que no me encuentro, son capaces de diferenciar entre más de treinta tipos de género que supuestamente existen (agénero, bigénero, trigénero, género fluido, pangénero, poligénero, androgino, intergénero, género no binario, etc.), así como distinguir entre más de una decena de orientaciones sexuales (asexual, heterosexual, homosexual, bisexual, intersexual, autosexual, polisexual, pansexual, omnisexual, demisexual, skoliosexual, grisexual, poliamoroso, etc.).
Pero este disparatado circo semántico en el que se encuentran la sexualidad y el género, así como los mismos vocablos “masculinidad” y “feminidad”, no concluye aquí, sino que algunas corrientes ideológicas contemporáneas comienzan a defender que las expresiones sexuales del género han de ser indeterminadas e infinitas. Siendo esto así, podemos asegurar que las categorías históricamente aceptadas, en todas las grandes culturas y civilizaciones, de “hombre” y “mujer” pudieran estar incluso, por desalentador que parezca, al borde de su total extinción.
Es más, ante este panorama de enmascaramiento y difuminización de lo femenino y lo masculino, tan optimista para aquellos que defienden la omnipotencia de la progresía y tan desolador para aquellos otros que contemplan impávidos el declive y ocaso de los valores y creencias tradicionales (familia, relaciones sexuales, reproducción, educación, religión, etc.), con la identidad de género (gender identity) nos enfrentamos a un fenómeno social completamente nuevo, donde la visión de la sexualidad cromosómica (XX/XY), genital o psicosocial aparece como algo abstracto e inconcreto o vinculada, a lo sumo, con la identidad (lo que realmente se es), la preferencialidad (lo que se desea ser) o la fantasiosidad (lo que se imagina uno que es o quiere ser) que cada individuo quiera atribuirse en lo que respecta a su género, orientación y actuación sexual.
Afortunadamente las formas de absolutización ideológica de lo femenino (hembrismo) y de lo masculino (varonismo), que trajeron y siguen trayendo consigo, respectivamente, formas de marginalidad, dominio, opresión, odio o aversión hacia las mujeres (misoginia) o hacia los varios (misandria), están siendo sustituidas por ideologizaciones más neutrales e igualitaristas entre los géneros, así como por visiones menos deterministas de la biomorfología de la sexualidad humana.
La cuestión de los géneros está claramente postulada en el argumentario e implementación del Objetivo 5º de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible (ODS 5º: lograr la igualdad de género), relativo a la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, así como en lo que concierne al respeto a la dignidad, la diversidad y la libertad de las personas en lo que respecta a su condición, pensamiento, sentimiento y actuación sexual.
Con todo, no sé si es conveniente seguir repensando esta cuestión de los géneros y las orientaciones sexuales, o simplemente quedarnos con la feliz idea que hombres y mujeres, aunque iguales, somos diferentes. Y que los roles, estereotipos y cualesquiera formas culturales que queramos asignar a los múltiples géneros existentes, al menos para los que así los consideran, contribuyan a la construcción de una sociedad futura en la que el binomio género/sexo no represente una ideología totalitaria donde la libertad lo sea todo y la naturaleza no sea nada.
Publicado en La Verdad de Murcia (9/9/2022)