Gasto y malgasto vital

Vivimos tiempos locos, revueltos, frenéticos, caóticos y terriblemente estresantes. Los quehaceres diarios nos devoran, las preocupaciones personales nos corroen, las exigencias interpersonales nos asfixian y los trabajos, en muchos casos, nos esclavizan. Ocupaciones, todas ellas, que provocan un estilo de vida opresivo, alienante y de innegable desgaste vital.

Este desgaste o síndrome del “burn out” vital puede convertirse en un elemento desestabilizador de la persona y afectar notablemente a la percepción de las cosas, a las relaciones con los demás y a la autocomprensión de uno mismo. Tanto es así, que el malgasto sin sentido de la vida podría abocarnos a la infelicidad o al vivir por vivir, impidiéndonos alcanzar eso que Séneca llamaba el ideal del “bien vivir” (bene vivere), bien pensar y bien actuar.

Vidas desgastadas o malgastadas las de muchos de nuestros conciudadanos que se ven inducidos, en innumerables ocasiones, en esta sociedad anodina, aquejada de grandes dosis de irracionalidad e insensibilidad, a renunciar a su propio bienestar personal para refugiarse en el desánimo, el desaliento y la desesperanza. Pensamientos nocivos que conducen a un evidente declive personal y a la conversión de muchas vidas en realidades vulgares, insulsas o meramente banales.

La decadencia que provoca el desgaste físico y mental, unida a la falta de ilusiones que nos alienten a construir una vida felicitante, podría provocar un círculo vicioso que atenazase muchas de las aspiraciones humanas y nos arrastrase a acarrear vidas vacías, insatisfechas, agobiadas, desorientadas, agotadas o profundamente amargadas.

Consumimos vida y al mismo tiempo la vida nos consume, nos atrapa y nos hace participes de realidades imprevisibles e ignotas que, algunas veces, se nos imponen y disponen de nuestra voluntad de vivir. El modus vivendi que muchos intentamos sobrellevar nos conduce a pensar inexorablemente en el por qué o para qué de nuestra existencia, sobre todo, en momentos álgidos de la vida que suponen un punto de inflexión o un insight de transformación.

La falta de ideales, el derrumbe de las ideologías, el relativismo multicultural, la emergencia del pansensualismo de la disforia de género y la inexistencia de unos máximos morales que dinamicen nuestra responsabilidad ecoética mundial, son aspectos reseñables a la hora de interpretar la actual era postmilenarista marcada por los intereses de una elite globalista que pretende inducir a la humanidad futura hacia una distopia social anegada de transhumanismo biotecnológico, de metaverso cibernético y de cognitividad artificial.

El desgaste vital, entendido no sólo como un deterioro biopsicológico integral o una erosión personal ocasionado por el transcurrir etario, es una realidad que debe inquietar y preocupar tanto a los que viven superficialmente su tiempo de existencia, convirtiendo así sus vidas en algo vulgar o insustancial, como a los que se plantean su tempus vitae de una forma más profunda, perfectible o tendente a la autorrealización personal e interpersonal.

Seguramente habrá personas que consuman su vida dejándose llevar por la inercia del ver pasar los días, los meses y los años sin pararse a pensar en lo valioso de no desgastar ociosamente la vida y no malgastarla inútilmente, incluso habrá otras que, por desgracia, no puedan siquiera ocuparse intelectivamente de estos asuntos que, aunque parezcan especulativos, responden a la inquietud y al problema humano de tener que organizar la vida y saber emplear adecuadamente nuestro tiempo de permanencia en ella.

Nos gastamos en la vida y nos desgastamos en ella, unas veces siendo conscientes de la musicalidad de nuestras cadencias personales, familiares o sociales, y otras, la mayor parte, viviendo ajenos o alejados de lo que nos gustaría que fuera nuestro proyecto de sinfonía vital. Desgaste, en general, provocado por el mero hecho de vivir dedicando nuestro tiempo a asuntos fútiles, deletéreos o triviales, que no van a aportar significatividad alguna a la humanidad, o estando pendientes de realidades verdaderamente esenciales que dejan una huella biográfica en nosotros o un legado en los demás.

Es más, la percepción o vivencia que tengamos de nuestro desgaste o malgasto vital, así como del tiempo bien o mal empleado en nuestra cotidianeidad, nos permitirá interpretar nuestra existencia como una vela consumida y aprovechada, en lugar de hacerlo como una llama consumada o absurdamente desperdiciada.

Publicado en La Verdad de Murcia (27/1/2023)

José García Férez

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