Estamos ya en plena vorágine electoral. Es un periodo en el que lo mismo se anuncia el cambio del sistema productivo y laboral o la solución al cambio climático que se inaugura una curva o se tuerce una recta: lo importante es la foto, hacer ver que se hace para convencer al votante de que uno tiene la clave del progreso. Y todo son prisas a la caza del eslogan, de la ocurrencia pegadiza que quepa en un tweet.
Impera el comprensible cortoplacismo. El riesgo es no llegar nunca a proyectos de largo alcance. Quiero señalar uno que me parece de interés. Me refiero a la cuestión de la lengua. A la española, esa lengua que antaño extendió el Reino de España por el mundo y hoy es la segunda lengua materna (tras el chino mandarín y por delante del inglés) a nivel mundial.
En el año 2000 el español superó al inglés en número de hablantes. Y va a más: se estima que para el año 2030 el español será el segundo idioma más hablado del mundo y el primero allá por el 2045. Ya sé que 2030 está muy lejos para los cortoplacistas y que quedan unas cuantas legislaturas aún. Pero a lo mejor alguien podría tener visión a largo plazo en este asunto.
Que el español tiene dimensión mundial es una realidad que recientemente ha sido recordada por el libro editado por Alex Grijelmo y José María Merino con el atinado título de Más de 555 millones podemos leer este libro sin traducción. La fuerza del español y cómo defenderla. Que no es mal eslogan, si se sabe mover. Un activo que está ahí, como el sol y el buen tiempo que nos regalan los dioses patrios.
Pensemos en el inglés como activo, en la riqueza que mueven los países que lo tienen como lengua materna sólo por hablar inglés, en la cantidad de dinero que un angloparlante puede manejar sólo hablando, sólo recibiendo en (o alquilando) su vivienda a gentes deseosas de empaparse de la lengua de Newton, Tolkien y otros tantos.
La tradición y el clima, bien gestionados, son un activo importante, una fuente de riqueza para todos pero hay quien sólo ve mugre e impuesto al sol. Lo mismo pasa con la lengua: es un activo, pero hay que saber gestionarlo. El inglés como activo está siendo magníficamente gestionado, pero el español no tiene menos potencia.
España puede hacer de puente entre Europa y América. Y, habida cuenta que los ingleses, Brexit mediante, abandonan el “continente” a su suerte no estaría de más proponerse como objetivo que la lengua franca de Europa fuese el español: esto no es imposible, recordemos que somos la lengua latina más hablada del mundo y, por tanto, es un idioma que tanto franceses como italianos aprenderán con más facilidad que el inglés, es decir, es posible pero habría que jugar a largo plazo.
En el corto plazo, bastaría con no dañar el activo, no estropear lo que se quiere potenciar. Se me ocurren dos ámbitos que habría que replantear.
No me extenderé en la cuestión de la política lingüística en ciertas comunidades autónomas donde se dificulta, por decirlo suavemente, el conocimiento del español.
Me centraré en otro asunto que daña este activo y en el que parece haber acuerdo bastante amplio: el bilingüismo en educación.
Asumiendo que “el futuro está en el inglés”, posición que algunos pensarían que coincide con no valorar el propio activo, dejarle toda la iniciativa a la competencia y meterse al enemigo en casa, han lanzado a todos los centros educativos al bilingüismo desde la guardería, que empiecen pronto, que al final todo son prisas.
Como todos parecen estar de acuerdo y estas gentes andan tensas en estas épocas, no voy a entrar en un análisis contundente para no herir susceptibilidades. Sólo mostraré un par de aspectos que me parece que merecerían ser pensados.
Nadie cuestiona la buena intención de los forofos del bilingüismo, faltaría más. Quieren garantizar un futuro laboral a los jóvenes y ese futuro, afirman, pasa por el inglés. Puede ser. Los chiquillos que acaben en la Nasa o jugando en la NBA, seguro que necesitarán inglés. Y a esos hay que sumar los que se queden trabajando por aquí para pagar el impuesto al sol. Pero si pensamos en empresas como grandes, como El Pozo o El Corte Inglés, con miles de trabajadores, ¿cuántos de ellos necesitan el inglés para su trabajo? Y las empresas pequeñas, con menos de 10 trabajadores (que, por otra parte, son más del 90%) ¿cuántos necesitan el inglés? Hablamos de ganadería, agricultura, panaderías, talleres mecánicos, el mundo de la construcción, etc ¿cuántos necesitan el inglés?
A ver si estamos suponiendo que todos los trabajos consisten en atender un Tourist office o explicar la fórmula del asiático en inglés a los turistas. En fin, que, aún aceptando sin más análisis que el sistema educativo debe orientarse al sistema productivo, parece que hay vida laboral fuera del inglés.
Pero es que hay más: admitido que es bueno que hay que estudiar inglés. Y nada malo parece haber en que los escolares aprendan. Ni que aprendan inglés, faltaría más. Lo malo es que se haya escogido el peor método para enseñar inglés: el bilingüísmo. Sin entrar en si aprenderán más inglés al abordar historia o matemáticas en esa lengua, lo que está claro es que se les priva del conocimiento culto en esos ámbitos, que es lo que puede proporcionar el profesor y no las familias. Al privar a los alumnos de una exposición prolongada (cursos escolares completos) a un uso correcto, cuidado, culto del español se daña gravemente a los alumnos cuyas familias no pueden proporcionarles ese registro de la lengua.
Son ideas, por si interesa pensarlas después de las elecciones. Que no todo va a ser gobernar pensando en la próxima foto.
Publicado en La Opinión de Murcia.