En la exitosa película “Seven”, un asesino en serie sigue un patrón: los siete pecados capitales. Cada víctima sucumbe por su propio pecado capital perdiendo su libertad, condenando su vida. El asesino simplemente materializa el destino implacable de sus víctimas. Sin opción al arrepentimiento ni redención. Finalmente, el protagonista, el detective Mills, acaba condenado por su ira y el asesino, por su envidia. Carecen de poder para librarse de su destino. “Seven” en realidad nos habla del poder; y la clave del poder no reside en ejercerlo sino en ser obedecido. Mills, cegado de dolor e ira, acaba obedeciendo al asesino completando el puzzle de condenación. El asesino vence porque su poder se manifiesta en la obediencia del protagonista.
Desde antiguo, preocupaba cómo los impulsos humanos podían devenir en limitaciones de la libertad. En el s.IV, Evagrio Póntico estudió ocho pasiones humanas, que Casiano limitaría a siete y, en el s.VI, el Papa Gregorio las llamaría pecados capitales. Durante siglos, el catolicismo abordó el pecado centrándose en la conducta individual obviando quizás la colectiva al considerarla por simple agregación. Pero en el s. XIX proliferaron los fenómenos de masas: desde las revoluciones, como la francesa, hasta la industrial y, actualmente, la digital. En 1895, Gustave Lebon estudió la divergencia entre la moral individual y la psicología de la masa como ente sugestionable, irracional y que diluye responsabilidades en el anonimato. Denunciaba que en la masa no predomina la necesidad de libertad sino de servidumbre y sometimiento a quien se declare su amo. En 1930, Ortega y Gasset describía, como el acontecimiento más importante de la vida pública europea, el advenimiento de las masas. Durante el siglo XX, mientras el catolicismo se centraba en escrutar conductas individuales, el alma de la masa ocupaba todos los espacios.
Como el poderoso siempre teme perder el poder, se rodea de súbditos predecibles y no de individuos libres que pudieran constituir una amenaza. Con el hombre masa, surgió un nuevo objetivo: dominar la masa. Así como en “Seven”, el asesino domina al protagonista provocando su ira, justificándola y sometiéndolo; el hombre masa se domina institucionalizando los pecados capitales mediante tres pasos: señalar, tribalizar y someter. Señalar carencias a satisfacer o injusticias a reparar. Alimentar lo tribal para la justificación moral de la masa. Someter al individuo ante supuestos derechos de la masa.
Ante el señalamiento de necesidades humanas de alimento, sexo y seguridad, se institucionalizan la gula, la lujuria y la avaricia justificándolas tribalmente. Así cristalizan el consumismo desaforado, la cosificación sexual y el capitalismo de amiguetes. Las diferentes adicciones son expresión del sometimiento.
Los pecados capitales restantes parten de frustraciones o carencias. Del señalamiento de injusticias, se justifica ejercer la violencia tribal contra alguien; se institucionaliza la ira. Desde la doble moral, la violencia será reprochable o aplaudida según quien la ejerza. Todos los terrorismos se revisten de causas y superioridad moral para ejercer la violencia. ETA, Al Qaeda o la violencia del movimiento BLM son exponentes de la institucionalización de la ira.
De la carencia de recompensa inmediata por el esfuerzo, se justifica tribalmente la inacción. La antimeritocracia y la pedagogía del no esfuerzo muestran la pereza institucionalizada. El sometimiento se da por mediocridad extensiva.
De carencias de autoestima, se señalan conciencias de víctima y se construyen identidades tribales diferenciadas que justifiquen una superioridad. La violencia tribal se justificará contra supuestos y potenciales opresores. Se institucionaliza la soberbia que cristaliza en nacionalismos, nazismo, fascismos, indigenismos y luchas microidentitarias que siguen apareciendo.
De carencias materiales y desigualdades, se señala una conciencia dialéctica de oprimido-opresor para justificar tribal y moralmente una supuesta constante lucha que en realidad esconde la institucionalización de la envidia. Con doble moral y perenne sospecha, la violencia será reprochable según quien la ejerza. El individuo que dude del dogma será pecador ante la masa. El comunismo es expresión de esta institucionalización. Será necesario releer “El Señor de las moscas” de Golding para comprender hacia dónde nos llevan estas institucionalizaciones tribales. Pero, si la clave del poder reside en quien obedece, aunque la sometida masa nos requiera súbditos, nos quedará la libertad de desobedecer para evitar ser como Mills en “Seven”.
Publicado en La Verdad de Murcia (11/2/2022)