Se busca mentor

Imagina un frasco, en su interior hay un número determinado de bacterias. Un segundo después, cada bacteria se duplica, y tendremos el doble. Cada una de las bacterias resultantes se vuelve a duplicar en cada segundo, y así sucesivamente. Pasado un minuto, el frasco está lleno. ¿En qué segundo las bacterias ocupan la mitad del frasco?

Este conocido problema, que aparece en el libro de Dimitri Formin, es el que utilizamos en el Círculo Matemático para dar la bienvenida a “los nuevos”.

Sí, aquí en nuestra Región tenemos un Círculo Matemático. Empezó en enero y está formado por una constelación de personas fantásticas. Se formó por casualidad en navidades, cuando Fabi comentaba que tenía que recuperar las mates y en la cocina de casa le dimos un buen tute. A partir de ese día, quedábamos de manera informal, y en lugar de repasar currículo, nos pusimos a resolver otro tipo de problemas. Nos reuníamos en casa hasta que decidimos formalizarlo. Ahora el Circulo Matemático se reúne los miércoles en el espacio municipal La Nave en Puente Tocinos y cada uno de los participantes es un diamante que aún no sabe cuánto puede brillar.

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Bufé libre (por fin)

Hoy no es viernes 3. Cuando escribo estas líneas son las nueve de la noche del domingo 28. Supongo que las televisiones y radios hierven con datos de sondeos, valoraciones de tertulianos y conexiones con las sedes de los partidos políticos. No tengo ni idea de cómo quedarán repartidos en un par de horas los escaños del Congreso, aunque me puedo hacer una idea, y he querido redactar este artículo en estas condiciones deliberadamente. Porque no me interesa hablar de victorias o batacazos o de posibles pactos, sino de la vivencia de una sensación que he disfrutado esta mañana en mi colegio electoral y que hace diecinueve años hubiese considerado impensable. Digo diecinueve años porque fue en el 2000 cuando por primera vez pude votar en unas elecciones generales.

Recuerdo que fui a esos comicios con la ilusión que puede tener un comensal en un restaurante en el que sólo sirven ensalada o sopa. Es decir, ninguna. Evaporado el CDS y convertida IU en algo irrelevante, España padecía un frustrante bipartidismo político (reflejado también en un feroz bipartidismo mediático), y se asumía con tristeza que en este país nos teníamos que conformar con la alternancia entre dos grandes partidos estatales que, de no conseguir mayoría absoluta, tenían que hacer todo tipo de acuerdos y concesiones a mezquinos y egoístas partidos nacionalistas regionales que sólo velaban por los intereses de sus respectivas satrapías. Es cierto que el modelo bipartidista fue el que dio a España, destrozada por un siglo XIX sangriento (Guerra de Liberación y las tres carlistadas), años de bienestar y paz durante el reinado de los dos Alfonsos. Y también que el modelo bipartidista que se diseñó durante la Transición, ideado para instaurar una democracia estable cuyo parlamento no fuese una jaula de grillos, no era del todo malo. Pero que la bisagra política pasase por entenderse con dos señores de la calaña de Pujol (el de las cuentas en Andorra y Suiza) y Arzalluz (el que recogía nueces de árboles ensangrentados) era algo desmoralizador y deprimente.

España, para bien o para mal, ha acabado pareciéndose cada vez más a las homólogas democracias occidentales (valga la redundancia) no anglosajonas, y por suerte en el restaurante de las elecciones ya no hay que elegir entre ensalada o sopa. Hemos pasado a un bufé libre en el que se puede optar por cinco proyectos distintos de país, seguramente muy criticables todos desde distintos puntos de vista, pero al menos cinco proyectos nacionales. Que a la pareja socialdemócrata y liberal de las dos décadas anteriores se hayan sumado dos opciones más por los extremos, y una quinta que ha hecho de su indefinición su gran virtud (y también su gran defecto) es algo extraordinariamente positivo. No quiero para mi país ni el monolitismo del parlamento británico ni el caos del italiano. Pero sí que se oigan más de dos voces hablando de los intereses de todos los españoles, y espero que cada vez menos voces exigiendo prerrogativas y privilegios mediante el chantaje de la gobernabilidad.

Ahora son las nueve y cuarto. Cuando ponga el punto y final a este artículo me enteraré de los datos provisionales del escrutinio. Más allá de mis filias o mis fobias políticas, espero que estos datos nos encaminen a un gobierno encabezado por un partido estatal apoyado por otros partidos estatales, y que en las Cortes los partidos separatistas, nacionalistas y regionalistas queden condenados a la más absoluta irrelevancia. Si esto se cumple, sean cuales sean esos partidos estatales, los españoles sentiremos con más convicción que en el Congreso está realmente representada la soberanía nacional.

Publicado en La Opinión de Murcia.

Crecepelo para incautos

Tomada de La Tribuna de Valladolid (23/7/2018)

Hace mucho, mucho tiempo político (un par de años o así) cuajaba en la ciudadanía española la idea de que era necesario cambiar los paradigmas imperantes en la práctica política relativos a nombramiento de candidatos, confección de listas electorales, permanencia de una misma persona en un cargo público y modificaciones en la normativa electoral para acercar el concepto de ‘una persona, un voto’ a su verdadera esencia. Con estas medidas, jaleadas por tantos, se pretendían loables objetivos: que a la política accedieran personas preparadas intelectualmente y con demostrada valía profesional, que la ciudadanía tuviera mayor participación a la hora de nombrar candidatos (listas abiertas), mitigar las consecuencias de la simbiosis entre política y función pública, pues desde las últimas elecciones generales, los funcionarios públicos, que suponen el 3,4% de la población española ocupan el 36% de los asientos en el Congreso de los Diputados, y sobre todo, que un puñado de flequillos al hacha o de segadores sin fronteras no tuvieran tan fácil dar tanto por saco, de forma regular e inmisericorde, a millones de conciudadanos.

Todo muy español. Estábamos tan ocupados maldiciendo la falta de ética de nuestra clase política mientras circulábamos con la bici por la acera y olvidábamos pagar el IVA en la factura, que no fuimos capaces de darnos cuenta del trampantojo democrático con que venían a obsequiarnos, unos con juvenil entusiasmo y otros arrastrados por la opinión más publicada que pública. Sí, las primarias para elegir a los cabezas de listas electorales. Si lo piensan, la ventaja para sus promotores es clara: le damos a usted la oportunidad de elegir previo pago de una cuota de afiliado. Algo así como una promoción comercial que busca la fidelidad del cliente. Nada de modificar la ley electoral para que todos los ciudadanos elijan libre y directamente a sus aspirantes a representante, no vaya a ser que se equivoquen, sobre todo, incluyendo libremente entre sus preferencias más mujeres que hombres o viceversa en la lista definitiva que, no lo olviden, parece democrática porque es (casi) paritaria, aunque sea impuesta.

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El privilegio como exigencia

La tiranía de las minorías. (Pushing Time — Image by © Images.com)

Que en las decisiones humanas intervienen no solo factores racionales, es algo de lo que no cabe duda. Pensemos en el siguiente dilema: en un concurso, Usted dispone de 100.000€ que puede repartir como estime oportuno con otro concursante: puede dárselo todo, o la mayor parte, a él; puede repartirlo en proporciones iguales; o bien puede quedárselo todo, o la mayor parte, Usted. El problema es que, una vez realice su oferta, ya no podrá modificarla, y entonces será el otro participante el que decida si la acepta o no. En caso de no aceptarla, ambos se quedarán sin nada. ¿Qué cantidad ofrecería al otro concursante? Está claro que lo más sensato es ofrecerle una cifra lo suficientemente sustanciosa para que no pueda rechazarla, pero que le garantice a Usted el máximo beneficio. No obstante, si su oponente fuera una inteligencia artificial, está claro lo que debería hacer para asegurarse la máxima ganancia: ofrecerle 1€ y quedarse Usted el resto. Analizada la oferta desde un punto de vista estrictamente racional, un ordenador llegaría a la conclusión de que 1€ es mejor que nada, por lo tanto, la aceptaría sin dudarlo; es pura matemática: 1>0. Pero si le ofreciera dicho trato a un contrincante humano, se quedaría sin un céntimo.

Las personas basamos muchas de nuestras decisiones en aspectos emocionales y no solo racionales. Si a una persona le ofrecen un reparto tan desigual, se sentirá ofendido y preferirá rechazarlo antes que sentirse insultado de esa manera. En este caso, la cuestión se dirime en un plano emocional: un trato tan injusto solo puede provenir de una mala persona o de un enemigo. Si el otro es mi enemigo, el análisis deja de realizarse en un plano de ganancias y pasa a estimarse en el de pérdidas: negándome a aceptar su oferta, él pierde más que yo; así de sencillo. Prefiero quedarme sin nada, si el que me cae mal pierde aún más. Este tipo de cálculos podría poner en evidencia, de forma mucho más grotesca, la miserable condición de la naturaleza humana. Pensemos en el siguiente trato: por cada bofetada que alguien se pegue a sí mismo, su mayor enemigo recibirá tres. ¿Se imagina cuánta gente se golpearía hasta perder el conocimiento?

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El próximo esclavejío

Apunten la fecha: primavera de 2021. La próxima crisis vendrá causada por la mala planificación fiscal de los gobiernos. Y existe una alta probabilidad de que los gobiernos tomen malas decisiones de política fiscal, dada la corriente populista que invade el ADN de los todos los partidos políticos. Bajadas de impuestos, incremento de subvenciones, ocultación de déficits, mantenimiento de redes clientelares y errores en políticas sectoriales van a derivar en un tsunami de cuidado, así que mucho ojo con las promesas electorales. Y los bancos centrales sin subir los tipos de interés.

No seré yo quien se niegue a bajar los impuestos, es más, todos estamos de acuerdo en que cuanto menos nos quiten mejor, si bien entiendo que para que esto suceda se deben asumir determinados compromisos. Desde hace algunos años el protocolo de elaboración de los presupuestos públicos ha adquirido una dinámica preocupante. Con la justificación del establecimiento del Estado del Bienestar y la necesidad de financiar los gastos que esto conlleva hemos pasado de procurar disponer de fondos para su consolidación a hacer de los presupuestos públicos una suerte de saco financiador de ocurrencias y disparates. De ahí que se necesiten ingentes cantidades de dinero, que sale de nuestros bolsillos, hasta el punto que ya no se prevé la consolidación de un modelo de Estado que provea determinados servicios sino que se consolida, a toda costa, la premisa de mantener al Estado, sean cuales sean (cuantos más mejor) los servicios que presta. Ni qué decir tiene que este modelo consolidado incluye subvenciones a cascoporro que mantienen redes clientelares y perjudican las ganancias de productividad de la economía. Esto, aunque vestido de legalidad, se llama corrupción y la corrupción lastra el crecimiento.

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