No
son pocos los que me preguntan si es verdad que se atisba en el
horizonte otra crisis económica y si esta va a ser aún más dura
que la anterior. Ya hemos sacado a Franco del Valle de los Caídos y
todos nuestros problemas han quedado resueltos. Podemos afirmar que,
venga o no venga crisis, los españoles somos felices, ya no tenemos
problemas.
Visto
desde una perspectiva más estrictamente económica, hablar de
felicidad se torna ciertamente difícil. Existen varias formas de
analizar la felicidad, y si no me creen, piensen en cómo están
enseñando a sus hijos a ser felices: uno puede buscar que sus hijos
sean felices dándoles todos los caprichos que se le pasen por la
cabeza o bien pueden procurar que sean felices con lo que tienen
enseñándoles a esforzarse por conseguir cuantas metas quieran
conseguir. Y entre una y otra opción, las que se le ocurran a cada
uno. Por esta razón, dado lo relativo del término, a los
economistas nos gusta más hablar de bienestar.
El pasado domingo conseguí madrugar y pasarme por el Murcia Shops Forum. En parte atraída por la curiosidad de saber qué se cuece en relación con la tecnología y el pequeño comercio, y en parte para disfrutar de orgullo puente-tocinero al escuchar en la mesa redonda la intervención del CIO de Liwe Española.
Me quedé dándole vueltas a la frase de Ana Martínez, Consejera de Empresa, Industria y Portavocía, “tenemos un problema: LA FUGA DE TALENTO.” Esta palabra está de moda en todos los discursos, TALENTO. Hablamos de la necesidad del talento, que si hay que atraerlo, que si hay que apoyarlo… En muchas ocasiones asociándolo al talento artístico, que si la música, el cine, el diseño, etc. Esta palabra debe trascender todas las áreas del conocimiento humano y calar en la sociedad. Para que a estos discursos se añadan propuestas, actuaciones que sirvan de apoyo real, que ayuden a potenciar el talento de nuestra región y sirva de palanca para el despegue socioeconómico. ¿Cómo evitar la fuga de talento? ¿Cómo retener el talento? ¿Y si empezamos cultivándolo desde la tierna infancia?
No
es novedad para nadie que durante estos últimos tiempos estamos
asistiendo a un empacho de informaciones que tienen como eje central
el llamado cambio climático.
Otro
de los nuevos dogmas del pensamiento actual que presenta bastantes
lagunas, con aspectos discutidos y discutibles, como era el concepto
de España para ese gobernante socialista de hace pocos años.
Discutido:
hace unos años se llamaba calentamiento global y ahora lo llaman
cambio climático en su versión light y apocalipsis climático
en su versión heavy, pero, como no saben si subimos o
bajamos, lo del calentamiento ha desaparecido del enunciado.
Además, el clima en la Tierra siempre ha ido cambiando a lo largo de
su historia, véase las glaciaciones, el nombre de Groenlandia cuando
se descubrió (tierra verde) o la pequeña edad de hielo que hubo en
los siglos XVII-XVIII, y así muchos más hechos que corroboran que
el clima en nuestro planeta es dinámico.
En
algún momento entre hace 70.000 y hace 30.000 años se produjo en el
cerebro de los seres humanos una revolución cognitiva que permitió
la adquisición de un pensamiento abstracto y de un lenguaje
simbólico. Esta transformación daría lugar, asimismo, al
desarrollo de la literatura oral, el arte y la religión. La
tendencia a creer en algo trascendente permitió a los seres humanos
colaborar en grandes grupos, que mantenían su cohesión debido a la
creencia en unos mitos comunes, y contribuyó al bienestar de los
individuos, mejorando sus posibilidades de supervivencia.
Pero
el modo de vivir la religión fue evolucionando paralelamente al
desarrollo cultural de las sociedades humanas. Así, los
cazadores-recolectores del Paleolítico practicaban religiones de
tipo animista, reverenciando los elementos naturales; el hombre
neolítico veneraba a la diosa que fertilizaba los campos y hacía
posible el ciclo agrícola; y los habitantes de las primeras ciudades
rendían culto a un panteón de dioses, cada uno asignado a un ámbito
concreto de la vida.
El
desarrollo de la filosofía en Grecia constituiría el primer intento
sistemático de explicar la realidad en base a métodos estrictamente
racionales, y la Revolución Científica y la Ilustración
extendieron la idea de que el conocimiento debía reemplazar a la
Revelación como guía para el comportamiento del ser humano.
En
la actualidad, la práctica religiosa parece hallarse en claro
retroceso en la mayoría de los países occidentales, si atendemos al
número de fieles que participan en los cultos religiosos
tradicionales. Sin embargo, un análisis más detallado demuestra la
existencia de creencias fuertemente implantadas que comparten con la
religión tradicional el deseo de pertenencia y el anhelo de
trascendencia, si bien prescinden de Dios y sacralizan otro tipo de
ideas. Así, algunos que se consideran no creyentes abrazan diversas
formas de misticismo oriental, sustituyendo la oración o coloquio
con un dios personal por técnicas de meditación trascendental, en
las que, paradójicamente, de lo que se trata es de no meditar sobre
nada, dejando la mente en blanco; y la noción de justicia divina se
transmuta en un karma justiciero que igualmente premia a los
buenos y castiga a los malos. Otros desarrollan una especie de
panteísmo, en el que la naturaleza es reverenciada como una
divinidad (que puede llamarse Gaia o madre Tierra), pero en el
que igualmente subyace la idea de que el ser humano puede ser
expulsado del paraíso terrenal por culpa de sus malas acciones. Por
otro lado, los hay que rinden culto a la ciencia como nueva religión,
confiando sus cabezas criogenizadas a la futura victoria del
conocimiento científico sobre la propia muerte. Otros, sin embargo,
de lo que reniegan es de la ciencia académica y abrazan las
pseudociencias, hasta el punto de sustituir la quimioterapia por los
jugos de frutas, las recomendaciones nutricionales del pediatra por
un veganismo tan bien intencionado como peligroso para sus hijos, y
las vacunas por la confianza ciega en que el organismo sabrá
defenderse por sí solo de los patógenos, sin caer en las artimañas
de las malvadas farmacéuticas.
Tengo el privilegio de publicar en esta santa casa desde hace doce años y cuando afronto el artículo de septiembre u octubre me surge el problema de qué tema elegir tras los meses de silencio estival porque han sucedido muchas cosas. Una nota internacional no puede pasar por alto el discurso de la niña sueca Greta Thunberg en la Cumbre del Clima celebrada en la ONU haciéndonos reflexionar sobre qué tipo de planeta vamos a dejar a Mick Jagger y Keith Richards cuando nos hayamos ido. Desde un punto de vista nacional podría hablar sobre el delicado aterrizaje en el PSOE que Errejón lleva años preparando meticulosamente y que empieza a tomar cuerpo, o sobre cómo Podemos se ha convertido en el voto útil de la derecha porque es la mejor garantía de que no gobierne Pedro Sánchez (si Pablo Iglesias no es un infiltrado, casi nada de la política del país en los últimos años tendría sentido). No sería tampoco mal tema el estupor que me produce que la gente se eche las manos a la cabeza con los tres últimos accidentes mortales en los aviones que sirven de entrenador básico, medio y avanzado (el T-35, el C-101 y el F-5) para los pilotos del Ejército del Aire, cuando se trata de aparatos con más de treinta años de vuelo (más de cuarenta los F-5), cuyos reemplazos ni siquiera se han decidido en un bochornoso ejercicio de desidia institucional. Desde un punto de vista regional me habría gustado cavilar sobre lo cerca que los medios de comunicación están siempre del porno emocional y de la exhibición gratuita del sufrimiento ajeno tras la catastrófica gota fría sobre el Mar Menor. Y cómo no sustraerse a la tentación de lo municipal (cartagenero en mi caso), con un ayuntamiento que bien podría llamarse, como la finca de Jesulín de Ubrique, Ambiciones.