Síndrome de Estocolmo

Hay quien prefiere dormir en el mismo lado de la cama. Quien busca ir siempre por la misma ruta al trabajo. O quien empieza el periódico por su sección favorita. Como ya nos advertía Dickens, “somos animales de costumbres”. No importa el lugar, la ideología o la edad. Tampoco si él, ella, elle o ello. Y menos aún si somos binarios, ternarios, cavernícolas o marcianos. Animales. Unos más que otros. Pero todos con nuestras costumbres. Lo que para unos son buenos hábitos para otros son grandes manías, pero casi todos con la misma mala costumbre de acostumbrarnos fácilmente a lo bueno.

No cabe duda que con todo esto de la pandemia, lo de la salud mental se ha vuelto trending topic. Algunos eruditos en materia del coco ya se han pronunciado diciendo que esto de tener costumbres resulta tan recomendable como saludable para el equilibrio de nuestra psique. Más aún en tiempos de crisis. Nos aportan seguridad, sensación de control y eliminan de un plumazo toda esa carga de incertidumbre que tan mal parece sentarnos. Por eso, fiel a esta premisa, empecé a llenar mi vida de nuevos propósitos que convertir en buenas costumbres. Hacer deporte, comer sano, leer más, disfrutar de mi familia, organizarme mejor y viajar. Pero viajar, viajar. Viajar de coger un avión y al llegar no saber si te dicen hola o se acuerdan de tus ancestros cuando te hablan. Cuanto más lejos, mejor. Más se abre la mente, más se rompen los esquemas y mayor es la catarsis.

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Cuestión de géneros

La ideología de género, unida a la idea de que el sexo es una construcción cultural, constituye una de las realidades propias de la postmodernidad, de la globalización y de las sociedades desarrolladas del bienestar. El término “gender”, como categoría antropológica referente a la sexualidad humana, ha hecho posible que la esencia biológica del ser humano se haya emancipado del inamovible “yo soy lo que biológicamente soy” y haya dado paso al “yo soy lo que psicológicamente siento o socialmente quiero ser”, es decir, haya transformado la identidad física del individuo, en una identidad de autoconcepción y autopercepción.

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Cortinas de humo

Jesús Ferrero

Hay un acuerdo amplio sobre el futuro inmediato de la economía. A partir de otoño las cosas irán bastante mal.

Permítanme ser atrevido y afirmarles que la reciente subida de tipos de interés, después de 11 años, anunciada por el BCE, no es algo sorprendente ni excesivamente determinante. Ya se esperaba, como se espera que los efectos sobre la economía de dicha subida no sean inmediatos y empiecen a mostrarse aproximadamente dentro de un año.

Andamos inmersos en la defensa a ultranza de la transformación hacia una economía verde, la digitalización y el anuncio de subvenciones por cualquier cosa mientras, por otro lado, las subidas de impuestos son nuestro pan de cada día. Y ahí vienen los sumisos habituales, intelectuales con galones, reclamando subidas de impuestos a la banca dando por hecho que la subida del precio del crédito va a redundar en mayores ganancias para el sector financiero.

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Lo que (nos) cuestan los derechos

Desde hace unos años se ha instalado un dogma entre nuestros políticos, tanto de izquierda como de derecha, de que a los ciudadanos hay que otorgarles graciosamente derechos, la mayoría con repercusiones económicas.

Recordemos, en ese sentido, al presidente del Gobierno presentando un plan para dar un bono cultural de 400 € para jóvenes, o a la portavoz del Gobierno anunciando que el transporte público será gratis a partir de septiembre en los trenes de cercanías.

Transmiten la idea de que lo público es de todos y de nadie: gratis para todos, nadie paga nada.

Así es como piensan las cosas los adolescentes: todo derechos, todo gratis. Pero la realidad es otra: alguien paga. Y la realidad en el ámbito de lo público también es distinta de esa idea: todos pagamos lo que los políticos dan gratis.

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Los supermanes posmodernos

“La libertad os hará verdaderos”… dijo ZP copiando al jesuita Fernando García de Cortázar, que tiene bemoles.

¿Quién, de niño, no se sintió especial viendo las películas de Supermán? Los relatos de gran pantalla impresionaban y, en cierto modo, empoderaban pero nunca perdíamos el sentido de lo real; de eso que, señala Savater, nos ofrece resistencia y no se doblega a nuestros deseos ni subjetividades. Salvo escasísimas y trágicas excepciones, nadie saltaba de una azotea con una capa exigiendo volar. Los evolucionistas dirían que, hace siglos, los genes de quienes exigieran que lo real se plegara a su subjetividad se debieron perder en las fauces de algún depredador.

Tuvimos la suerte de vivir en una sociedad que, sin opulencias, daba cuenta cotidiana de lo real y, por lo tanto, de la Verdad como ajuste o concordancia de lo que se piensa con la realidad. Conocedores de nuestra caverna de Platón y sus sombras, comprendíamos una Verdad externa. En nuestra arqueología del pensamiento, la máxima cristiana “La Verdad os hará libres” consolidaba el sustrato para edificar ideas, cultura y sociedad.

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