Negacionismo

N. Vavílov en la cárcel, 1942

Con “Lo niego todo”, Sabina nos ofrece un himno de negación de las creencias en torno a su persona. Con el barro público actual ¿será tachado de negacionista?

La RAE define el negacionismo como aquella actitud consistente en la negación de determinadas realidades y hechos históricos, especialmente el holocausto. Y es que el negacionismo consiste en rechazar cierto tipo de realidades: aquellas que pueden ser comprobadas. Negar una creencia, el valor de la vida, la existencia de Dios, una ideología o la validez de una idea no puede ser negacionismo, sino escepticismo, nihilismo, ateísmo, crítica o algo así. Negar algo ideal, una ideología no puede ser negacionismo. De lo contrario, podrían tacharle de negacionista por negar la existencia de unicornios de colores. En cambio, un terraplanista sí que niega la comprobada esfericidad terráquea.

Una clave del progreso tanto de la ciencia como de las democracias liberales ha sido aceptar que la multiplicidad de accesos a la realidad es enriquecedora; por el contrario, cuando se ha optado por una única visión válida, negando legitimidad a otras opciones, se ha acabado en el estancamiento en la ciencia y en el autoritarismo en política.

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Como lágrimas en la lluvia

Se han cumplido 40 años del estreno de Blade Runner, película que reflejaba, en los inicios de la informática, el miedo a que las máquinas llegaran a cobrar consciencia, y dotadas de unas capacidades superiores, pudieran suponer un peligro para la humanidad. Una vez llegados a la época en la que trascurre la película, me pregunto qué me habría resultado más extraño si, en aquel lejano 1982 en que siendo un adolescente la vi por primera vez, hubiera podido viajar en el tiempo hasta el momento actual.

Aparte de que la inteligencia artificial está aún lejos de emular las capacidades humanas, estoy seguro de que no habrían sido los adelantos técnicos los que me habrían causado mayor asombro, sino los cambios sociológicos que, aunque se fueron gestando mucho antes, no habríamos podido imaginar en aquella época. Ni siquiera diez años después, cuando España celebraba con orgullo el quinto aniversario del descubrimiento de América y, ante el final de la Guerra Fría, Fukuyama proclamaba El fin de la historia.

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Solidaridad

Desde hace un tiempo se ha puesto de moda, entre un número apreciable de nuestros universitarios, el abandonar una carrera y empezar otra porque no se ven cumplidas sus expectativas iniciales.

Cada uno es dueño de su vida y un liberal militante como yo no tendría nada que objetar. Pero, en la realidad no sólo están las motivaciones y decisiones de cada uno. En este caso hay una cuestión sobre la que sugiero pensar. El problema surge en el momento en que los alumnos universitarios españoles pagan solo una parte que no llega al 20% de lo que realmente vale la matrícula. Es decir, el 80% de la matrícula de las sucesivas carreras, lo pagamos a través de nuestros impuestos. Así que ya no se trata sólo de las decisiones de cada uno.

En países mucho más ricos que España, como en Alemania, se devuelve el 50% de las becas con un periodo de carencia de 5 años. Es algo común a la mayoría de países europeos que las becas no son a fondo perdido, sino que hay que devolver una cantidad al Estado en todos los casos. Es una forma de responsabilizar a los universitarios de que el dinero que se les asigna no es un maná caído del cielo, sino que procede de los impuestos. Prestarles dinero les ayuda, les permite un desahogo, los estimula a esforzarse y, en suma, los convierte en gente responsable, que sabe que las cosas cuestan; regalarles dinero, ¿no podría convertirlos en gente irresponsable, que no valore el esfuerzo que la sociedad hace para darles la oportunidad de prosperar?

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Camino de servidumbre

En su conocido análisis de la sociedad totalitaria, señala Orwell que si tenemos la libertad de afirmar que dos y dos son cuatro, podríamos salvarnos.

Hay mucha miga en esa afirmación aparentemente trivial. Porque podría ocurrir que alguien pensara que dos y dos no son cuatro. Sería un error pero, sobre la base del respeto a quien se equivoca y la idea de que hay una solución verdadera, cabría el sosegado y democrático diálogo.

Hay quienes ven signos crecientes y preocupantes de totalitarismo entre nosotros hoy. Se apoyan en la idea de que el número de asuntos sobre los que la presión pública impide hablar es creciente. Y si no se puede debatir, vamos mal vamos.

Veamos algunos ejemplos.

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Las manos

Hablemos de manipulación. Literalmente, operar, obrar, hacer cosas con las manos. En general, para ello hace falta una básica coordinación entre movimiento, fuerza y sensibilidad. Los que saben de estas cosas dicen que nuestro sistema nervioso está especialmente preparado para lo manual. Si alguien ha visto una imagen del homúnculo de Penfield sabe de lo que hablo. Tanto desde el punto de vista sensorial como, sobre todo, desde el punto de vista motor, el tejido nervioso dedicado exclusivamente a las manos es significativamente mayor que el dedicado a otras partes del cuerpo.

Por eso nuestras manos son, en cierto sentido, mágicas. Los que saben dicen que la palabra “magia” procede de la raíz indoeuropea que tiene el significado de “ser capaz”. Nuestras manos arrancan pétalos de una flor, escriben listas de la compra, lanzan piedras y acarician. Pero también plantan, cavan, tocan la guitarra, dibujan, cocinan, doman, esculpen, cosen, peinan, tallan, cortan, trituran y dan forma al cántaro en el alfar. Los paleoantropólogos dicen que nuestras manos se liberaron cuando bajamos de los árboles y dimos rienda suelta a todo su potencial. Están tan asociados a la manualidad la acción y el trabajo de los hombres que a Dios mismo lo imaginamos creando el mundo con sus propias manos y descansando al séptimo día, mano sobre mano. En realidad, no podríamos entender una historia del hombre sin una historia de sus manos.

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