Camino de servidumbre

En su conocido análisis de la sociedad totalitaria, señala Orwell que si tenemos la libertad de afirmar que dos y dos son cuatro, podríamos salvarnos.

Hay mucha miga en esa afirmación aparentemente trivial. Porque podría ocurrir que alguien pensara que dos y dos no son cuatro. Sería un error pero, sobre la base del respeto a quien se equivoca y la idea de que hay una solución verdadera, cabría el sosegado y democrático diálogo.

Hay quienes ven signos crecientes y preocupantes de totalitarismo entre nosotros hoy. Se apoyan en la idea de que el número de asuntos sobre los que la presión pública impide hablar es creciente. Y si no se puede debatir, vamos mal vamos.

Veamos algunos ejemplos.

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Las manos

Hablemos de manipulación. Literalmente, operar, obrar, hacer cosas con las manos. En general, para ello hace falta una básica coordinación entre movimiento, fuerza y sensibilidad. Los que saben de estas cosas dicen que nuestro sistema nervioso está especialmente preparado para lo manual. Si alguien ha visto una imagen del homúnculo de Penfield sabe de lo que hablo. Tanto desde el punto de vista sensorial como, sobre todo, desde el punto de vista motor, el tejido nervioso dedicado exclusivamente a las manos es significativamente mayor que el dedicado a otras partes del cuerpo.

Por eso nuestras manos son, en cierto sentido, mágicas. Los que saben dicen que la palabra “magia” procede de la raíz indoeuropea que tiene el significado de “ser capaz”. Nuestras manos arrancan pétalos de una flor, escriben listas de la compra, lanzan piedras y acarician. Pero también plantan, cavan, tocan la guitarra, dibujan, cocinan, doman, esculpen, cosen, peinan, tallan, cortan, trituran y dan forma al cántaro en el alfar. Los paleoantropólogos dicen que nuestras manos se liberaron cuando bajamos de los árboles y dimos rienda suelta a todo su potencial. Están tan asociados a la manualidad la acción y el trabajo de los hombres que a Dios mismo lo imaginamos creando el mundo con sus propias manos y descansando al séptimo día, mano sobre mano. En realidad, no podríamos entender una historia del hombre sin una historia de sus manos.

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Síndrome de Estocolmo

Hay quien prefiere dormir en el mismo lado de la cama. Quien busca ir siempre por la misma ruta al trabajo. O quien empieza el periódico por su sección favorita. Como ya nos advertía Dickens, “somos animales de costumbres”. No importa el lugar, la ideología o la edad. Tampoco si él, ella, elle o ello. Y menos aún si somos binarios, ternarios, cavernícolas o marcianos. Animales. Unos más que otros. Pero todos con nuestras costumbres. Lo que para unos son buenos hábitos para otros son grandes manías, pero casi todos con la misma mala costumbre de acostumbrarnos fácilmente a lo bueno.

No cabe duda que con todo esto de la pandemia, lo de la salud mental se ha vuelto trending topic. Algunos eruditos en materia del coco ya se han pronunciado diciendo que esto de tener costumbres resulta tan recomendable como saludable para el equilibrio de nuestra psique. Más aún en tiempos de crisis. Nos aportan seguridad, sensación de control y eliminan de un plumazo toda esa carga de incertidumbre que tan mal parece sentarnos. Por eso, fiel a esta premisa, empecé a llenar mi vida de nuevos propósitos que convertir en buenas costumbres. Hacer deporte, comer sano, leer más, disfrutar de mi familia, organizarme mejor y viajar. Pero viajar, viajar. Viajar de coger un avión y al llegar no saber si te dicen hola o se acuerdan de tus ancestros cuando te hablan. Cuanto más lejos, mejor. Más se abre la mente, más se rompen los esquemas y mayor es la catarsis.

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Cuestión de géneros

La ideología de género, unida a la idea de que el sexo es una construcción cultural, constituye una de las realidades propias de la postmodernidad, de la globalización y de las sociedades desarrolladas del bienestar. El término “gender”, como categoría antropológica referente a la sexualidad humana, ha hecho posible que la esencia biológica del ser humano se haya emancipado del inamovible “yo soy lo que biológicamente soy” y haya dado paso al “yo soy lo que psicológicamente siento o socialmente quiero ser”, es decir, haya transformado la identidad física del individuo, en una identidad de autoconcepción y autopercepción.

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Cortinas de humo

Jesús Ferrero

Hay un acuerdo amplio sobre el futuro inmediato de la economía. A partir de otoño las cosas irán bastante mal.

Permítanme ser atrevido y afirmarles que la reciente subida de tipos de interés, después de 11 años, anunciada por el BCE, no es algo sorprendente ni excesivamente determinante. Ya se esperaba, como se espera que los efectos sobre la economía de dicha subida no sean inmediatos y empiecen a mostrarse aproximadamente dentro de un año.

Andamos inmersos en la defensa a ultranza de la transformación hacia una economía verde, la digitalización y el anuncio de subvenciones por cualquier cosa mientras, por otro lado, las subidas de impuestos son nuestro pan de cada día. Y ahí vienen los sumisos habituales, intelectuales con galones, reclamando subidas de impuestos a la banca dando por hecho que la subida del precio del crédito va a redundar en mayores ganancias para el sector financiero.

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